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Carta a mi hija tras el destete: 23 meses de un viaje compartido

Carta a mi hija tras el destete: 23 meses de un viaje compartido

Una usuaria de LactApp ha querido compartir con vosotras la carta que le ha escrito a su hija al poner fin a los 23 meses que ha durado su lactancia. Gracias Irene por la generosidad y por emocionarnos con tus palabras.

Querida Chloé:

Recuerdo cuando estabas dentro de mí, del pequeño nido que se creó dentro de mi cuerpo para que comenzase para nuestra familia un viaje sin retorno.

Recuerdo una intuición, la certeza en lo más profundo de mí de que todo iba a bien, de que estabas bien.

Recuerdo el momento de leer sobre lactancia, ya había tomado la decisión hace mucho tiempo de que quería amamantar pero también era consciente de que no era algo innato y que lo mejor era aprender, informarse gracias a profesionales que habían consagrado su tiempo y su energía al lado de mujeres y familias que habían tomado la decisión de amamantar antes que yo. Soy fiel defensora de lo que muchos profesionales de la crianza piensan “lo que sabemos hoy es gracias a lo que muchas familias han experimentado y han tenido la generosidad de compartir con el mundo de la ciencia”.

Gracias a todo lo que leí afronte la lactancia de una manera serena, siendo consciente de las distintas maneras de favorecerla y de solventar las dificultades que se pudieran presentar.

Sabía qué tipo de parto quería, cómo me hubiera gustado vivir el momento de nuestra primera cita pero también era consciente de que es un momento que se escapa de nuestro control y que podían darse circunstancias que no habíamos imaginado.

Y en efecto, no fue como a mí me hubiera gustado o de la manera idílica que había imaginado, pero el momento en que naciste, tu papá te puso en mi pecho y me miraste con esa mirada intensa, esos ojos abiertos de una manera asombrosa, directamente a los ojos y volviste a hablarme sin hablar como hiciste durante nueve meses, transmitiéndome que estabas bien.

Nos separaron justo después porque necesitabas ayuda, una hora sin ti en la que yo estaba muy débil pero solo podía pensar en el momento en que volvieras a mis brazos. Tantas veces había leído y escuchado sobre la importancia del piel con piel en las primeras horas de vida… y lo que me mantuvo con esperanza en ese momento es el conocimiento del poder reparador de ese mismo piel con piel tras el reencuentro.

Y así fue, volviste a mi pecho con una fuerza extraordinaria y te deje hacer, encontraste el camino y mamaste por primera vez. Qué bálsamo más dulce el volverte a sentir tan conectada a mí y tan conectada a la vida. Recuerdo también mi decisión de dejarte así en posición fisiológica, una posición perfecta para nosotras en ese momento; tu cuerpo pegado al mío, yo con las vías que me pusieron en los brazos débiles por un nacimiento largo y una hemorragia tras el alumbramiento de la placenta, yo solo necesitaba sostener un poco tu pequeño cuerpo para permitirte a ti hacer el resto y encontrar el pecho cuando lo necesitases.

Y en medio de esa lucha entre fatiga y despertar porque no quería perderme nada de esos primeros instantes una mujer, personal sanitario de la maternidad en la que naciste se acercó a mí y de una manera autoritaria me dijo que esa no era una buena manera de dar el pecho y te puso en una posición llamada madona. Y sin preguntarme cómo me encontraba se fue. Ahí me quedé yo, con una vía intravenosa en cada brazo sin poder doblarlos bien para sostenerte y pensando en qué momento había perdido la fortaleza y determinación de hacer lo que consideraba mejor para ambas.

Y ahí me di cuenta de que estaba probablemente viviendo uno de los momentos más vulnerables de mi vida; tremendamente cansada y tremendamente responsable de una vida, tu vida, nada más y nada menos. Ahí me di cuenta exactamente qué clase de profesional quería ser, una persona que escucha y que con empatía acompañe a las familias cuando haya algo que no vaya bien o cuando la familia me pida consejo, en los demás casos aprenderé en silencio de cada una de las familias que se crucen en mi camino, porque todas tienen algo que enseñar.

Naciste tu y nací yo, tu mamá, nació tu papá con el que hiciste también piel con piel; qué bálsamo más dulce también el verte tan relajada durmiendo en su pecho. Qué regalo más grande ver cómo se emocionó al verte y al ayudarte a nacer, qué regalo ver en sus ojos ese orgullo y que regalo ver como la vida que habíamos creado juntos estaba ya con nosotros al otro lado de la piel.

Con toda la honestidad del mundo te diré que los primeros meses juntas fueron complicados y felices a la vez, me tuve que volver a encontrar conmigo misma, una nueva versión de mí que hasta ahora no había conocido, tuve que aprender a conocerte, a quererte, a mirarte y para esa misión tan extraordinaria como intensa me ayudaron mucho los momentos en los que te alimentaba. Esa manita que sujetaba mi pecho, esos ojos que me miraban tan intensamente, esa respiración pausada y sanadora, ese sueño profundo en el que te embarcabas cuando se acababa la toma.

Para mí la lactancia ha sido sinónimo de cansancio, descubrimiento, aprendizaje, amor, responsabilidad, subidón de oxitocina también llamada hormona del amor, comodidad, falta de sueño, calma, desasosiego, y muchas más emociones que no tendría carta para describir.

Ha sido un camino de 23 meses que me ha ayudado a crecer como madre, como persona, como profesional… una experiencia que se queda grabada en nuestra piel y nuestra memoria como la forma en que nos conocimos.

Tras este viaje quedan unos meses para que empiece mi propio camino de formación en fisioterapia en lactancia materna, sé que mi propia experiencia es un motor para disfrutar al máximo aprendiendo sobre este tema y a la vez una motivación para convertirme en ese tipo de profesional que sueño para cada una de las familias que se crucen en mi camino.

Siempre tu mamá, te quiero.

Irene

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