¿Puedo dar el pecho y ser feminista?
Hoy, aprovechando que hace pocos días que se ha conmemorado el Día Internacional de la eliminación de la Violencia contra las Mujeres, nos gustaría recuperar este maravilloso texto escrito por Irene García Perulero, una mujer que sabe mucho de feminismo y lactancia.
No os lo podéis perder. Esperamos que lo disfrutéis tanto como nosotras.
“Yo di teta ocho años y lo hice por dos motivos. El primero es que me dijeron que no podría dar teta. A ver, entendedme, no es que te lo digan así, o sea, nadie viene y te dice “no vas a poder dar teta”, al menos no todo el rato, pero te lo dicen de un millón de formas diferentes, sutiles, asumidas por todos, pero no por ello menos violentas.
Antes de mi primer parto yo era feminista, así, porque había que serlo. En cuestiones de maternidad no me había planteado mucho, al fin y al cabo a mí me no me educaron para ser madre, sino para estudiar y hacerme una persona de provecho. Así que me dolía bastante la regla y pensaba que la epidural era un inventazo, los partos un mero trámite y que daría el pecho si podía y si no pues no pasaba nada, porque una de las primeras formas en que te dicen que no vas a poder dar el pecho es informarte de que tu madre se quedó sin leche a los tres meses y que no conozcas a nadie en tu entorno que haya dado el pecho.
Y entonces nació Ana, en un parto violentísimo que aún hoy, casi 12 años después, no he sido capaz de escribir completo. Y me caí del guindo.
Nació Ana por innecesárea y se la llevaron a una cuna térmica dos o tres horas, por protocolo. Al nacer sólo le vi el ojo derecho y una cara de bastante cabreo, mientras yo intentaba alargar los brazos para cogerla y me hacía aún más consciente de que estaba atada con los brazos en cruz. Del momento en que me reencontré con mi hija tras tres horas de angustia, terror y temblores sólo recuerdo sentir mucho frío, que una enfermera me puso a la niña al pecho con no muy buenos modales y a Ana, enganchándose a mí como una piraña y devolviéndome de golpe todo el calor. Mal agarre, pezoneras, biberones de suero glucosado y de leche de bote, una receta de una crema rara que la niña no podía ni oler para combatir las grietas sangrantes, ingurgitación galopante, dolor, mucho dolor, la pastilla para cortar la leche, enfermeras que no sabían utilizar el extractor y unas instrucciones claras “la teta se da a demanda, cada tres horas diez minutos en cada pecho” hicieron el resto y fue el equipaje con el que me fui a casa. Al mes había tenido ya dos mastitis.
Los problemas se sucedieron durante los tres primeros meses. Pero mi hija, como una piraña no paraba de engordar y eso te da una sensación de capacidad impresionante, un sentimiento de suficiencia, de logro, de “¡toma ya!” increíble. Y no paró de engordar hasta los tres años y medio, que dejamos el pecho de común acuerdo porque iba a nacer su hermana y a mí me dolía. La falta total de apoyo y de información, las interferencias variadas de las pediatras, bichos y demás parientes (te va a salir desnutrida, la vas a provocar problemas de psicomotricidad, ¿qué eres? ¿una tercermundista?, la vas a malacostumbrar, tu leche no alimenta, ¿cuánto tiempo vas a darle? ¿hasta que se eche novio?), no consiguieron que dejara la lactancia, que me gustaba, me gustaba mucho, muchísimo y que se prolongó otros cuatro años más cuando nació su hermana, prematura y con un kilo de peso. Conseguir una lactancia en diferido y después una relactación de un bebé de un kilo es lo más impresionante que he hecho nunca. Es difícil superar aquella sensación de empoderamiento. Amamantar a mis hijas me ha dado los mejores momentos de felicidad, paz, calidez y sensualidad que he vivido nunca. Esa es mi vivencia.
Ocho años de lactancia dan para aguantar muchas agresiones, muchos más mensajes de “no vas a poder” aunque reconozco que pocas veces he sentido que me afectaran. Nadie te dice que dar el pecho produce placer y sobre todo nadie te dice que mereces hacerlo de la mejor forma posible, que nadie puede decirte de ninguna forma que no vas a poder. Y que eso, hoy en día, está muy lejos de ser una realidad.
Yo sigo siendo feminista, mucho más que antes, pero es porque después del nacimiento de Ana he redescubierto lo que es.
La necesidad de que se proteja a las mujeres de la violencia obstétrica, de que no nos separen de nuestros hijos después de su nacimiento, de que la lactancia se instaure en las mejores condiciones, de defender nuestro derecho a tener información veraz y profesionales de la salud competentes y actualizados, el derecho a que se proteja nuestro puesto de trabajo, que criar a nuestros hijos no nos convierta en económicamente dependientes han de estar en la agenda feminista. Y sobre todo hay que saber que defender nuestros derechos laborales no puede limitarse a dar bajas a los padres pero también que defender nuestros derechos reproductivos no puede limitarse a proteger nuestro derecho al aborto o al acceso a los anticonceptivos, que sí, que protegernos de la discriminación laboral y garantizar nuestra salud reproductiva y nuestro derecho a no ser madres han de ser objetivos claros del feminismo, pero que el parto y la lactancia son parte de la vida sexual de una mujer y tiene que haber feministas que defiendan nuestros derechos relacionados con la maternidad.
La protección de la lactancia no es sólo una cuestión de salud pública, no podemos quedarnos en que dar el pecho es lo mejor para el bebé, que protege de muchas enfermedades, que ahorraría tanto dinero o que reduce el riesgo de cáncer de mama. No es necesario hacer más estudios, ni rebatirlos, ni eternizar los debates sobre el estereotipo de la buena madre, no hace falta pelearse.
El fomento de la lactancia no puede jamás reducirse a colocar cuatro carteles chulos en el paritorio o en el centro de salud y mantener en su puesto a profesionales desactualizados, que no se reciclan y que de lactancia saben lo que dieron durante una hora lectiva en toda su carrera y lo que le cuentan los comerciales que les venden fórmula. Fomentar la lactancia no es decirle a las madres que hay que dar teta, que es lo mejor para su hijo y mientras tanto mantener cartillas de salud infantil que aún no incluyen las tablas de crecimiento de la OMS, desconocer el mecanismo fisiológico por el que la lactancia funciona o repartir folletos con instrucciones obsoletas en la revisión del niño sano.
Nunca me he sentido más poderosa que mientras daba el pecho, nunca más guapa, más sexy, más sana, mejor. Porque yo di teta por dos motivos, el primero es que me dijeron que no podría hacerlo. Y el segundo es que lo hice porque me dio la gana. Por eso soy lactivista y a la vez soy feminista, porque de eso va el feminismo ¿no? De defender y proteger el derecho de elegir de las mujeres. Y en el tema de la lactancia aún queda mucho por hacer.”
Irene García Perulero
Mujer, madre, bióloga molecular, feminista, talibana de la teta, activista del parto respetado, experta en violencia obstétrica. Bloguera del 2002. Llevo 10 años hablando de, con y para madres y en ocasiones hasta he conseguido que me paguen por ello. Fan de la oxitocina natural. Comunicadora, escritora, divulgadora de temas de maternidad, sexualidad femenina, violencia de género y salud materno-infantil. Me encantan los bonobos. Coautora de Una Nueva Maternidad. Co-creadora de Infancias Libres y Ni Putas, Ni Princesas. En la actualidad colaboro para blogs y comunidades online como el Cuaderno de Valores de Educo (Fundación Intervida) y las formaciones Pedagogía Blanca, Mujeres Empoderadas y Asesoras Continuum. Doy charlas y talleres y colaboro en asesoramiento de género.
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