Hoy os compartimos una vivencia de lactancia que debería servir para que aprendamos todas un poquito más, para que sepamos que existen alternativas, que conozcamos la importancia de una buena atención médica, que descubramos la increíble fuerza que puede haber en una madre lactante…

Queremos agradecer la valentía de Irene Infante, que nos ha permitido compartir su historia, no solo por todo lo que ha luchado y conseguido, sino también por tener la valentía de una vez haber conseguido encarrilar su lactancia, haber enviado una carta a la unidad del hospital que la atendió para que puedan aprender y mejorar. No se nos ocurre un mejor regalo para los sanitarios que estas críticas constructivas, esperamos que puedan aprovecharlo.

¡Gracias Irene!

A finales de un caluroso mes de julio nació en un hospital público mi hijo Nil. En la planta todos los profesionales se interesaron por la lactancia: enfermeras, comadronas, pediatras, ginecólogas… todas y todos me animaron. Pero lo cierto es que ninguno de ellos detectó el frenillo sublingual de nuestro hijo, tampoco corrigieron la posición en la que daba el pecho que no era la más adecuada, ni nadie me enseñó a dar el pecho en la posición ventral.

A los pocos días de nacer Nil, me subió la leche, aparecieron grietas y los primeros dolores, sobre todo en el pecho izquierdo. Contacté con una doula que vino a asesorarme a mi casa y que se llevó unos dineritos –una doula, por cierto, que no tenía formación en lactancia ni la experiencia de amamantar–. Llamé al ambulatorio para preguntar sobre el taller de madres pero era el mes de agosto y estaba de vacaciones. Contacté con el hospital donde di a luz y una enfermera me visitó en el mismo hospital. A la semana de parir tuve un pico de fiebre de 38,5º. No sabía que eso ya era un síntoma evidente de que había una infección. Fui a urgencias de ginecología del hospital, donde parí porque me dolía el pecho izquierdo y les comenté lo de la fiebre y las grietas. La comadrona me dijo que la fiebre era debido a la subida de la leche, que sufría una obstrucción y yo me lo creí. Ojalá alguien me hubiera hecho un cultivo de la leche y me hubieran recetado un antibiótico. Ojalá hubiera tenido toda la información que ahora tengo sobre el tema.

Durante las semanas siguientes no tuve fiebre, pero sí mucho dolor en el pecho izquierdo, hasta el punto de tomar antiinflamatorios. Seguía poniéndome calor (ahora sé que es incorrecto, porque esto hace que las bacterias malas se reproduzcan más rápidamente), poniéndome el niño al pecho en diferentes posiciones y sacándome leche con el sacaleches como me habían recomendado todos los profesionales consultados hasta entonces. La mama izquierda iba ganando volúmen. El niño lloraba mucho y todos lo atribuían al cólico del lactante. Consultamos a una comadrona privada que nos enseñó masajes abdominales para los cólicos del lactante. Cuando le mostré el pecho tampoco supo diagnosticarme. Volví a urgencias de ginecología y una comadrona me dijo que sí había dolor, analgesia y que si, había fiebre, antibiótico. Insistí en que me visitara el ginecólogo y valorara el antibiótico porque me dolía mucho. Me aseguraron que no era una infección, que si lo fuera no podría tocarme ni una sábana, ¿cómo podían valorar mi umbral de dolor? Me dolía mucho, pero me creí el criterio médico. Fui al ambulatorio donde me había hecho el seguimiento del embarazo y la comadrona que me atendió me hizo una intervención que decía que me desobstruiría la obstrucción, por cierto, lloré de dolor y fue una intervención muy agresiva.

Después de un mes de peregrinaje por los servicios públicos me puse en contacto con un reconocido profesional experto en la materia por vía privada, no podía más con el dolor. Entonces me recetaron un antibiótico. ¡Demasiado tarde! Pasé dos noches que no podía dormir del dolor en el pecho a pesar de todos los analgésicos que llevaba en el cuerpo (iboprufeno, paracetamol, enantyum). Lloraba y gritaba de dolor. El médico privado me orientó que volviera al hospital y que me hicieran una ecografía y así es como me diagnosticaron un absceso mamario de 10 centímetros. Amablemente me informaron que se debía drenar mediante una intervención quirúrgica. Cuando le comentamos al médico privado, se coordinó con el equipo para sugerir una punción ecográfica, una técnica menos agresiva que el drenaje, pero no podía ser ya que la técnica que realizan en el hospital para curar los abscesos mamarios es el drenaje. Quizá si hubiera tenido fuerzas, me hubiera ido de ese box pero estaba abatida, no podía contemplar otra opción que no fuera quedarme allí. Y así fue, entré en el quirófano, me drenaron el absceso y me pusieron un PenRose, con las complicaciones que eso supuso para la lactancia, después lo fui descubriendo, ya que los ginecólogos no me informaron en ningún momento de lo que resultaría la lactancia después del drenaje.

Por descontado, fue del todo imposible dar el pecho izquierdo al bebé. La cirugía me la practicaron justo en la areola. Me cortaron muchos conductos mamarios principales, me habían destrozado el pecho. Pese a las indicaciones de los médicos del hospital de seguir dando el pecho izquierdo, era complicado. Principalmente porque de la herida manaba una cantidad importante de leche (como he dicho, me cortaron conductos principales) y esta herida quedaba justo en el pezón de donde succionaba el bebé. Además sufrí otra complicación, me apareció un galactocele –por cierto, acudí a un mastólogo privado que me practicó una punción ecográfica, y se solucionó en unos minutos, sin cirugía, sin anestesia, sin cortes, ni PenRose–. Decidí inhibir la lactancia del pecho izquierdo, vendando el pecho izquierdo, haciendo pequeños masajes para extraer leche, paciencia y ayuda de lafamilia, se cerró la herida. Fueron momentos muy duros, suerte tuve que comencé a asistir a un grupo de apoyo a la lactancia, ¡allí sí que sabían de lactancia! Hubo momentos francamente difíciles en los que pensaba que esa herida no se cerraría nunca. Pero sí que se cerró.

Cuando se cerró la herida ya estuve más tranquila. Estábamos con lactancia mixta, daba unos 360 ml. de leche de fórmula al día, y decidí en ese momento cortar el frenillo lingual de mi bebé; eso significó una mejora en la lactancia, las tomas eran interminables y no vaciaba bien el pecho. A partir de ese momento, con paciencia,y horas con el niño al pecho y con el sacaleches, fui retirando la leche de fórmula hasta conseguir una lactancia materna exclusiva. estoy muy satisfecha de lo que hice, y todo el esfuerzo valió la pena porque ahora que Nil tiene dos años seguimos dando el pecho.

Una vez pasado todo, escribí a la unidad de atención al usuario del hospital para contarles lo que me había pasado y sugerir algunas mejoras para la atención a la lactancia materna; entre éstas mejoras la creación de una unidad de lactancia materna y la formación en ésta materia de los profesionales sanitarios. Casos como el mío se podrían evitar dando un antibiótico a tiempo, y en caso de no ser posible, valorar la posibilidad de drenar el absceso con técnicas que faciliten la continuación de la lactancia.