Momentos inolvidables con mi Mateo que no olvidaré jamás
Cuando las madres nos contáis vuestras historias siempre pensamos en la suerte que tenemos de poder escucharos, vuestras vivencias y aprendizajes son oro para nosotras. Los grupos de apoyo precisamente son eso, madres compartiendo con otras madres, ayudándose, aprendiendo. Nos encanta compartir este relato, en el que Esther nos cuenta cómo fue su primera lactancia, nos ha emocionado, y seguro que a vosotras también. Muchísimas gracias Esther por tu generosidad.
El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, leí el artículo de Laia Aguilar publicado en el blog. En mi opinión, un artículo muy certero que pone de relieve muchos temas a mejorar para la mujer y la lactancia.
Una de las ideas que expone la autora me resonó especialmente. La incongruencia en el mensaje que se da de los innumerables beneficios de la lactancia materna para la madre y el bebé, y lo poco que se valora en cuanto las circunstancias se salen de lo normal.
Mi hijo mayor Mateo nació con treinta semanas de gestación en Francia, donde residimos actualmente. Yo nunca me había planteado si quería dar el pecho o el biberón, hasta que durante el embarazo la matrona te pregunta si deseas lactancia materna. Ahí de manera natural me salió un “sí, voy a intentar dar el pecho a mi bebé”.
Al nacer gran prematuro el “intentar la lactancia materna” se complica un poco. Me pasaba el día a su lado en piel con piel (no había posibilidad de quedarse por la noche). Me sacaba leche siete u ocho veces al día y se la suministraban por sonda nasogástrica.
Me sacaba leche siete u ocho veces al día y se la suministraban por sonda nasogástrica.
Al principio me salían dos gotas literalmente. Insistiendo empecé a tener poco a poco más cantidad de leche. Nunca tanto como otras madres que se sacaban leche en neonatología en una sala común, pero cada día suficiente para alimentar a Mateo según sus necesidades.
Atravesamos unas semanas muy difíciles hasta que Mateo consiguió superar una importante infección y salir adelante. Crecía y cogía peso.
En todo el período que pasamos en el servicio de neonatología, no paraba de leer carteles con los beneficios de la lactancia para el bebé y la mamá, consejos, sacaleches a disposición, personal formado…
Dos meses después de nacer, volvimos a casa aún con la sonda nasogástrica, en lo que llaman una hospitalización a domicilio. Le seguíamos completando con la leche que me extraía, pero ya succionaba al pecho. Y finalmente la lactancia exclusiva, sin sonda, sin sacaleches, sin pezoneras, ¡una maravilla!
Mateo crecía bien, cogía peso bien, y estábamos muy felices. Quedaban atrás esos duros meses de incertidumbre.
Pero a sus seis meses de edad corregida, Mateo empezó a estar más irritable. Lloraba mucho, estaba pálido, el vientre hinchado, y empezaron a aparecer en su piel petequias. A raíz de un análisis de sangre, la noticia nos cayó como un tsunami: Mateo tenía una leucemia linfoblástica aguda. Nada que ver con la prematuridad, no se conoce la razón, simplemente “mala suerte” como nos dijo el médico.
La noticia nos cayó como un tsunami: Mateo tenía una leucemia linfoblástica aguda.
Nos hospitalizaron en el servicio de hemato-oncología infantil, otro mundo para la lactancia materna respecto al de neonatología. En la habitación, una cuna con barreras para el bebé, y una cama plegable para el acompañante. No había un sillón o una silla un poco cómoda para darle el pecho. “Hay pocas en el servicio, y están ocupadas”… No me dejaban hacer colecho por el riesgo que podía conllevar para el bebé. Las enfermeras y auxiliares, salvo casos puntuales, no estaban formados en lactancia materna.
En los primeros días de hospitalización Mateo tuvo que entrar en quirófano para ponerle una vía central que permitiría iniciar la quimioterapia y hacer una punción lumbar. Eso implicaba que tenía que estar en ayunas unas horas antes. Se añadió el tiempo de la intervención y en el postoperatorio, Mateo estaba muy débil y lleno de secreciones como para mamar. Yo había intentado aliviarme con extracción manual pero no era suficiente, necesitaba un sacaleches. Solamente después de mucho insistir conseguí tener acceso a un sacaleches de neonatología.
Al mismo tiempo, Mateo iba perdiendo peso y necesitaba tomar leche de fórmula enriquecida. El médico nos había dicho que con el inicio de la quimioterapia, iba a estar muy cansado, y era posible que no tuviera fuerza para mamar. Nos proponen dársela con biberón, pero nunca había tomado un biberón. Empezamos ofreciéndole varias marcas diferentes, pero los iba rechazando todos. La situación no podía esperar, si no tomaba biberón, había que ponerle una sonda nasogástrica. ¡Otra vez! Nosotros sabíamos lo duro que era la sonda, sobre todo para un bebé que tira a menudo de ella, y consigue sacársela.
¡Otra vez! Nosotros sabíamos lo duro que era la sonda, sobre todo para un bebé que tira a menudo de ella, y consigue sacársela.
En esos días Mateo no parecía aún muy cansado y succionaba bien del pecho. Pero los médicos lo ponían en duda.
Teníamos un gran estrés por intentar evitar la sonda, pero al mismo tiempo no deseábamos que perdiera peso y estuviera débil para poder afrontar el tratamiento. Coincidimos con una joven enfermera que había trabajado antes en neonatología, en dúo con una auxiliar con experiencia. Hablando con ellas me proponen hacer un dispositivo de ayuda a la lactancia rudimentario en cada toma al pecho, a la vez que seguimos insistiendo y proponiendo el biberón a Mateo. Pegamos con esparadrapo al pecho una sonda a la vez conectada a una jeringa de leche enriquecida de 100ml. A la vez que Mateo succionaba del pecho lo hacía también de la jeringa hasta terminarla. Así estuvimos unos días hasta que finalmente conseguimos que tomara el biberón.
Mateo nunca estuvo demasiado cansado para no tomar el pecho, y estuvimos lactando hasta el día antes de su partida.
Además de continuar con nuestro maravilloso vínculo, la lactancia tuvo otros beneficios durante todo el período de tratamiento. Le ayudaba a dormir incluso si algunos medicamentos dificultaban el sueño, y en un entorno estresante como el hospital. No padecimos en ningún momento mucositis debido a la quimioterapia, y tuvimos pocos episodios de náuseas y alteraciones digestivas. Tras las intervenciones quirúrgicas para cambiar las vías centrales y un episodio de enterocolitis producido por una de las fases de quimioterapia, pudimos retomar muy rápidamente la alimentación con leche materna; y sentirse más seguro y calmado en los brazos de mamá y al pecho para realizar determinadas curas.
El tratamiento de una leucemia es un camino muy muy duro. Nosotros hemos sentido que las dificultades para continuar nuestra lactancia exclusiva lo hicieron más duro aún. Nos costó tanto instaurarla con la gran prematuridad y en ese momento no parecía tener importancia y no había casi ninguna ayuda para poder mantenerla durante la enfermedad.
A pesar de todo, pudimos llevar a cabo nuestra lactancia diecinueve meses en total.
Momentos inolvidables con mi Mateo que no olvidaré jamás. Con nuestro segundo hijo Gaël, hemos vivido dos años de lactancia materna también, con algunas complicaciones, pero más fáciles sin duda.
Yo no puedo más que recomendar la lactancia materna y dar las gracias a todos los profesionales sanitarios formados y consultoras en lactancia. En especial agradecer a la asociación de Alba Lactancia Materna y las consultoras y asesoras de LactApp por su gran trabajo, y toda la información clara, precisa y de calidad que nos brindan (yo lo conocí primero por el blog y el grupo de Facebook, y luego a través de la aplicación). Y también la comprensión de la comunidad de mamás.
Mil gracias por publicar mi relato, con el que rindo homenaje a mi Mateo, y a todos los bebés que disfrutan de la lactancia con sus mamás a pesar de las dificultades.