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Así pude dar el pecho a mi hija adoptada y con síndrome de Down

Así pude dar el pecho a mi hija adoptada y con síndrome de Down

Os compartimos el relato de Terry y la lactancia inducida que realizó con su hija Claudia, bebé con síndrome de Down adoptada a los 23 días de vida. Gracias Terry por enviarnos esta preciosa historia. Si queréis compartir vuestro relato, nos lo podéis enviar a [email protected]

Me llamo Terry, tengo tres hijos y he dado el pecho en total más de seis años. Mi hija mayor, Ada, se destetó a los dos años y medio en el embarazo de su hermano. Mi hijo Teo mamó durante tres años y un mes. Y Claudia, mi hija pequeña, tomó leche materna durante siete meses.

Cada una de mis lactancias ha sido única y maravillosa, a pesar de algunos problemas, pero creo que compartir la tercera puede ayudar a otras mujeres que desean conseguirlo pese a todo. 

Mi hija Claudia tiene síndrome de Down. Pero esta condición, aunque es importante, no supone más que un renglón en su historia clínica. Claudia nació a las 34 semanas de gestación, con 1,400 kg. Era, pues, una gran prematura, con otros problemas de salud añadidos, como una cardiopatía congénita, una hipertensión pulmonar, hipotiroidismo y un crecimiento intrauterino retardado.

Adoptamos a Claudia a los 23 días de su nacimiento. En el hospital donde la cuidamos hasta el alta, nos la entregaron con una sonda nasogástrica para comer y soporte de oxígeno. Había estado en la UCI nada más salir del paritorio y en ese momento se encontraba en una unidad de cuidados intermedios. Su estado era muy delicado.

En sus primeros días de vida le habían suministrado leche de madre donada, pero su evolución era preocupante porque no engordaba. Su cuadro clínico era bastante complejo. Era una niña muy malita, sola en un hospital.

Meses antes, nosotros nos habíamos ofrecido a adoptar a un niño con síndrome de Down de hasta unos cinco años. Siempre pensamos que el niño que llegara a nuestra familia sería ya mayor, pues son a los que más cuesta adoptar por la escasez de padres dispuestos a ello. Nosotros lo estábamos. Así que el tema de la lactancia, pese a que para mí había sido básico en mis dos maternidades anteriores, no me rondaba por la mente.

Pero un día pensé que si nuestro nuevo hijo era pequeño, tal vez podría intentarlo. En ese momento, cogí el teléfono y llamé al número de un grupo de apoyo a la lactancia. Era domingo por la tarde y al otro lado de la línea encontré el empuje que necesitaba: “Si finalmente te decides, aquí estaremos para ayudarte”. Esas palabras hicieron que mi tercera lactancia pasara del terreno de la fe al de lo posible.

Cuando nos dijeron que la niña que iba a convertirse en nuestro tercer hijo tenía menos de un mes, no me lo pensé. La relación que había establecido con mis hijos mayores a través del pecho había sido tan increíblemente gratificante y maravillosa que no admitía que por el hecho de no ser su madre biológica mi hija Claudia no pudiera disfrutar también de ello.

Además, como periodista había escrito mil veces aquello de “para los prematuros la leche materna no es solo un alimento sino un medicamento”. ¿Cómo no intentarlo? ¿Cómo dejarla sin lo mejor que podía darle, además de nuestro hogar y nuestro amor?

Enseguida me puse manos a la obra con el asesoramiento telefónico de Alba Padró. En el hospital hacíamos ‘madre canguro’ con Claudia, aún llena de cables. Ella casi no podía moverse, estaba muy débil, pero la dejaba sobre mi pecho desnudo durante horas para que fuera reconociendo mi olor y escuchando mi corazón. A los pocos días, abrió los ojos por primera vez. Sabía que ya había alguien por quien luchar, alguien que la quería y que estaba allí por ella, y todo eso se fue reflejando médicamente. Así, de una “muy mala ganancia ponderal” pasó a otros valores más positivos.

lactancia con sindrome de down

En el hospital me ofrecían el sacaleches eléctrico, pero no salía nada y me avergonzaba de ver al resto de madres que sí iban llenando sus tarros. Empecé a tomar un galactogogo para favorecer la producción y por la noche, al llegar a casa, me ponía con mi sacaleches.

Hasta que un día ocurrió: blanca y redonda apareció la primera gota de leche. ¡Allí estaba! Fue mucho mejor que haber ganado un premio. Un momento increíble que me acercaba a mi propósito de amamantar a mi hija.

Tras unas semanas en el hospital, y ya sin cables ni sondas ni respirador, pudimos irnos a casa con Claudia. Mi producción de leche no era nada abundante, y menos si la comparaba con la de mis lactancias anteriores. Así que recurrí a un relactador. Me lo colgaba al cuello y fijaba las sondas a mis pechos para que la leche fuese cayendo poco a poco mientras Claudia intentaba mamar. 

Era una niña muy hipotónica a la que le costó muchos meses sostener la cabeza, así que tenía que montar todo un dispositivo para intentar la operación, en el que participaba mi marido, totalmente convencido y entregado a la causa. Aun así, era complicado, pues la sonda se soltaba y nos acababa mojando o ella se cansaba… Pero no quería desistir. Aunque fuese solo gota a gota, pensaba que ese contacto y todos los beneficios de la leche materna le llegarían de algún modo.

lactancia con sindrome de down

Tras un tiempo, el galactogogo comenzó a provocarme efectos secundarios y tuve que dejarlo. Mi producción, que de por sí no era muy abundante, cayó bastante. Como no quería rendirme, alquilé un sacaleches doble eléctrico en una farmacia y lo intenté sin mucho éxito. Claudia tardaba más de dos horas en cada toma; era una niña muy especial. Sacar tiempo también para estimularme con el extractor, atender a sus dos hermanos y hacer alguna pequeña cosa del día a día… era casi imposible.

Cuando tenía ocho meses y con solo cinco kilos de peso, Claudia tuvo que pasar por una cirugía extracorpórea para reparar su corazoncito. Seguí estimulándome en casa, intentando retomar a la vuelta del hospital. Y lo logré. Pero hubo una complicación y unos puntos se infectaron, por lo que debimos reingresar en el hospital tras unos días. Ella volvía a estar llena de cables, llena de sondas y ese fue el fin de nuestra lactancia. 

Una lactancia que no hubiera conseguido nunca sin el apoyo desinteresado de Alba, que me hizo creer que podía. 

A veces me siento mal pensando que debería haber insistido más, pero luego me detengo a pensar en su síndrome de Down, en su prematuridad, en su cardiopatía, en su hipertensión pulmonar, en su hipotiroidismo, en su bajo peso y, casi se me olvida, en su adopción, y me tranquilizo recordando lo que luché por conseguirlo. 

Aunque solo fuera durante siete meses y a través de un relactador, mi hija Claudia pudo tener lo que tanto necesitaba y lo que tanto añoraba como madre poder ofrecerle. 

Terry Gragera

Periodista y madre de tres hijos

2 comentarios en «Así pude dar el pecho a mi hija adoptada y con síndrome de Down»

  1. Que, bendición el leer histprias de mujeres como Terry y ver que aún existen mujeres xon noblr corazón. Gracias por todo lo que jas hwcho y seguirs haciwnso por ese angelito llamado Claudia.

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