El entorno socio-cultural como pilar en la lactancia materna
Verbo volant experientia manent. La importancia del entorno socio-cultural en la lactancia materna
Hace unos años, asistí a una charla impartida por una bióloga del zoo de Barcelona. En su ejemplar conferencia, ella nos explicaba la dificultad que tienen las simias criadas en cautividad para amamantar a sus crías: nunca lo habían visto, así que no sabían cómo reproducir la lactancia materna. Ella insistía en cuanto a que la experiencia de la lactancia materna era fundamental para las sobrevivencias de la comunidad, todas y todos podían apoyar a la madre lactante y reproducir, el día de mañana, esta experiencia o acompañarla en ella.
Puede que muchas mujeres no se cuestionen nada sobre la lactancia materna antes de estar embarazadas. A mí, por ejemplo, me ha pasado. No he visto amamantar a mi madre (soy hija única) y no tengo recuerdos de mi entorno socio-familiar haciéndolo. Tampoco he sido amamantada. Soy hija de una generación de leche de fórmula. Obviamente, de la lactancia materna no queda un recuerdo racional preciso, pero existe una memoria corporal del amamantamiento. Algo que hemos vivido y podemos reproducir porque nos resulta familiar, nos acomoda, y sobre todo, no es extraño.
Tengo que decir que a mi alrededor, durante casi treinta años, la lactancia materna parecía no existir. Y no creo que dependiera sólo de cuestiones propiamente de género y de la cultura patriarcal que reservaba (y reserva) la lactancia materna a unos espacios privados. O que garantizaba (y garantiza) la aceptación de la exhibición de tetas sólo dentro de un marco heteronormativo.
No, también han influenciado los avances farmacológicos que, con éxito -decían ellos- podían sustituir al cuerpo de una mujer, también la voluntad de elegir sobre el cuerpo: la píldora, el aborto y el biberón, una trilogía que las mujeres como mi madre profesaban. Así que, la lactancia materna la he descubierto poco antes de parir.
Claro que sabía que los bebés toman teta, pero no lo había visto, no había sido socializada con estas imágenes…y reproducirlas no ha sido algo instintivo, como a menudo se puede pensar, al contrario, ha sido laborioso, por lo menos, al principio. Me resultaba mucho más familiar un biberón: en mi infancia lo había observado en muchas de las publicidades vistas en la televisión y lo había usado hasta el agotamiento para complacer la solloza muñeca con la cual jugaba. Incluso, me quedó grabado el olor de la tetina y la sensación de morderla hasta romperla.
Sé que muchas personas piensan que amamantar es algo natural e instintivo, pero el entorno socio-cultural marca mucho nuestra familiaridad con las prácticas. Es decir, la manera con la cual construimos el deseo de amamantar, el placer de realizarla y el empeño para lactar. Nuestra idea de nutrir y criar, de lo que definimos como sacrificio, renuncia o privacidad/intimidad.
Es evidente que el discurso no es tan lineal e intervienen una complejidad de estructuras. Sin embargo, resulta importante pensar en cómo nuestra experiencia resulta fundamental, nuestra manera de actuar en el mundo se traducirá en futuros ejemplos para otras personas. Verbo volant (decían mis antepasados) para subrayar que las palabras vuelan y lo escrito queda, yo la cambiaría por verbo volant experientia manent. Nuestras acciones son más potentes que nuestras palabras.
Serena Brigidi
Doctora en antropología médica, docente e investigadora
Medical Anthropology Research Center – MARC
Universitat Rovira i Virgili,