Soy mamá de una niña de seis años y un bebé de veinticinco meses con el que acabo de iniciar el destete hace cinco días. Creía que estaba totalmente preparada pero al alejarlo de mi teta me doy cuenta de que aún me encantaría tenerlo pegado otros meses más, luego recuerdo la ansiedad que me estaba creando las últimas semanas y vuelvo a mantenerme firme.

Leo es un bebé de alta demanda, lo descubrí porque veía que no era un niño como muchos de mi entorno o como su hermana, y aunque lejos de comparar, me era imposible darme cuenta de que su nivel de acaparación era excesivo. Nunca bajó el nivel de amamantamiento, y por mucho que pasaban los meses, me veía en la misma situación todo el tiempo, era como “el día de la marmota”. Me pasaba el día entero parando cada media hora para sacar la teta. De noche mamaba tanto que sufría dolor lumbar por mantener la misma posición en la cama y los brazos aún los tengo tan contracturados que sufro de dolores a diario. Ya ni hablar de mi vida personal o social, en veinticinco meses no he podido salir con mis amigas, una vez fui al teatro y al llegar a mi casa encontré a mi pareja desesperado por sus pocos recursos para calmarlo (su ausencia de tetas básicamente) y a mi hijo roto de ansiedad. Tampoco hemos podido hacer vida de pareja en ningún momento, ni tomarme un respiro de un día, una tarde o unas horas. Porque mi hijo no era capaz de estar sin teta tanto tiempo. Ha sido agotador, en ocasiones me ha producido mucha ansiedad e incluso rechazo a no querer darle más la teta. Pero seguía un poco más, porque entendía que si la OMS nos recomendaba dar de mamar hasta los dos años, no iba a ser yo quien tirara la toalla antes de tiempo, así que me lo autoexigí tontamente.

Por lo tanto, aún sin ganas de seguir en muchas ocasiones, continué con nuestra lactancia. Reconozco que Leo en los últimos meses y un poco antes de cumplir los dos años, se relajó un poco y era capaz de estar en la calle sin pedir teta. Pero llegó el confinamiento y volví a ser el codiciado tesoro de mi hijo casi 24/7. Mi pareja tuvo que seguir trabajando y yo me quedaba con los dos hasta bien entrada la tarde. No podía cocinar, ni comer, ni ir al baño, ni teletrabajar, ni atender a mi otra hija y mucho menos tener unos minutos para mí. Yo asumía y asumo el nivel de sacrificio que tienen los hijos e hijas pero este precio ya me estaba molestando pagarlo. Quería vivir la maternidad sin esa ansiedad tan profunda que me ocasionaba su intensidad.

Un mes más tarde del desconfinamiento, Leo cumplió los dos años y empecé a plantearme seriamente dejar de darle la teta. Pero me costaba mucho dar el paso, y sobre todo, que practico la crianza respetuosa y todo destete que no sea natural y progresivo me parece muy irrespetuoso. Probé varias veces a explicarle a mi hijo que mamá estaba cansada de dar tetita o que cuando lo pedía en la calle debía de esperar a llegar a casa.

Después del confinamiento, volvió a ser muy insistente fuera de casa. Un día me tuvo en la cama por la mañana más de una hora, no me dejaba levantarme porque cada vez que intentaba sacarle la teta montaba en cólera con unas rabietas que me era imposible dejar pasar. Llegué tarde a trabajar, ellos tarde a la ludoteca y no era algo aislado, Leo marcaba el ritmo de la familia constantemente. Así que después de esa tormentosa mañana, decidí ponerme una tirita en el pezón. No era mi idea de un destete respetuoso y mucho menos lo que había pensado para nosotros pero yo necesitaba parar este ritmo, y lo entendió. Entendió que la tetita está malita y al verlo materializado, lo aceptaba, al menos durante el día. Por la noche me está costando más calmarlo, pero cada noche me cuesta un poquito menos.

Pasamos un fin de semana muy complicado, Leo entendía al ver la tirita que yo no estaba disponible y me besaba la teta con el ánimo de que curase lo antes posible, y a mí se me partía el corazón. Me ha hecho sufrir mucho este destete porque ni siquiera pude disfrutar de nuestro último día de teta, nuestra última experiencia fue para mí muy estresante. Pero me quedo con veinticinco meses de una lactancia que comenzó complicada pero salió airosa con fuerza de voluntad y paciencia. Una lactancia maravillosa, con momentos preciosos de amor a borbotones. Mirándolo alimentarse de mí, calmarse de mí y sentir hogar de mí… lo mejor de mí se lo di incondicionalmente.

Ahora Leo lo lleva un poco mejor, tras pasar los tres primeros días, está más tranquilo, lo noto menos ansioso y está empezando a comer más, antes tomaba más teta que alimentos. También noto que está durmiendo mejor, porque se estaba despertando una media de diez veces cada noche, y estos últimos días se ha despertado dos. Parece que la situación se va normalizando y ambos estamos aceptando nuestra nueva vida, juntos pero con un poquito más de espacio. Echo de menos darle la teta, no lo voy negar, incluso aún me emociono cuando pienso que esa etapa se ha terminado, pero pienso que a los dos nos va a favorecer y a él le vendrá bien tener a una mamá más relajada y feliz. Dos años y un mes se han hecho muy cortos, pero sé que el resto de etapas que nos esperan serán maravillosas y podremos disfrutarnos más, no solo Leo y yo sino el resto de la familia.

Verónica Hernández Torres