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“Después de lo vivido, ya no hago muchos planes, solo dejo que ocurra”

“Después de lo vivido, ya no hago muchos planes, solo dejo que ocurra”

Antes de empezar a contar mi lactancia, hablaré un poco de cómo fue el parto, ya que creo que es el primer condicionante de aquélla. No me extenderé mucho, sólo lo que puede que fuese el primer desencadenante de una lactancia que transcurrió de error en error. Desde luego no resultó como yo tenía pensado (parto natural, sin instrumentalización, respetado…). A mi hija me la sacaron con ventosa (sacaron, sí). En seguida me la pusieron encima de mí, pero la matrona empezó a meterle el pezón en la boca, o su boca en el pezón; no hubo aquello de dejar que el bebé reptase y llegase por sí mismo a su destino. Tardamos bastante en volver a la habitación ya que tuvieron que coserme y el momento ese de tranquilidad con mi hija para poder conocernos y que mamase instintivamente se vio un poco alterado.

Cuando llegamos a la habitación, mi niña estuvo encima de mí toda la noche. Ella ya estaba dormida, yo apenas di unas cabezadas, pero algo no iba bien, lo notaba, me parecía que no respiraba bien. Por la mañana cuando vino la enfermera y se lo dije (por segunda vez), se la llevaron para que la viese el pediatra y ahí empezó el stand-bye de mi lactancia. Ya no me la devolvieron, se quedó en neonatos, en la incubadora, ya no pude cogerla y a mí me mandaron a la sala del sacaleches. Me explicaron cómo funcionaba el proceso y de ahí a la habitación, sola. Esa noche dormí sin mi hija y a la mañana siguiente una enfermera me dio la primera de las muchas órdenes que iba a recibir, la primera que supuso un punto de inflexión en mi autoestima. Tenía que sacarme leche por las noches; “¿por qué no lo había hecho?” Pues no sé, tal vez porque nadie me lo explicó. Primer error.

Ese día pude estar a ratos con mi niña, viéndola en la incubadora, pero sin cogerla. Y más visitas al sacaleches. Pocas, porque decidieron trasladarla de hospital, a la UCI. Vino la ambulancia y se la llevaron, en una incubadora, con los tubos y cables y yo me fui llorando a la habitación, a recoger todo e irme detrás; ya había pedido el alta voluntaria, aunque a la ginecóloga no le pareció muy bien, pocas horas habían pasado desde el parto y llevaba bastantes puntos. Pero no me iba a quedar allí.

Ya en el nuevo hospital, en la UCI, con lo que impone, otra vez mi niña en la incubadora, más grande, con más cables, otra enfermera explicándome cómo funcionaba la sala de extracción de leche, otra vez yo con el sacaleches. Ese día no me dejaron cogerla, ni al siguiente. En casa intentaba extraerme leche, pero el sacaleches que tenía no era muy eficaz. Tampoco sabía muy bien lo que hacía, nadie me había enseñado, no había tenido tiempo de buscar por internet, en esos momentos ni siquiera se me ocurrió. Tardé bastante, demasiado, en comprarme un sacaleches eficaz, parecido a los que hay en los hospitales. Segundo error.

Al tercer día, después de la entrega de mis escasos mililitros de leche extraída en casa a la enfermera, con una enorme sensación de vergüenza y fracaso por no llevar más, otra enfermera me preguntó si aún no había hecho el piel con piel y si quería hacerlo. ¡¡Claro que quiero!! Y después de toda la estrategia necesaria –desnudarse de cintura para arriba, sentarse en el sillón, que quiten todos los cables a tu hija, la saquen de la incubadora, la pongan encima de ti y vuelvan a enchufar- ya tenía otra vez a mi niña conmigo; fue maravilloso, volver a sentirla, tocarla, olerla, escucharla… y así estuvimos, hasta que tuvimos que irnos. A casa con el sacaleches, otra vez.

Al día siguiente no podía pensar en otra cosa que el momento de volver al hospital y que me la pusieran otra vez sobre mí. Ese día intenté ponerla al pecho, pero no lo conseguí, demasiados cables; no pedí ayuda a las enfermeras pensando que no me iban a dejar, así que lo hice a escondidas, intentando que no me viesen, pero si movía mucho a mi niña, pitaban los aparatos a los que estaba conectada, así que desistí. Tercer error.

Cuando llegó el momento de marcharnos, tuve que escuchar otra orden-reprimenda por parte de otro amable profesional sanitario, al reprocharme que no fuese a sacarme leche después del piel con piel, ya que en ese momento era más eficaz la extracción, al haber estado en contacto con mi hija. Muy lógico, claro, pero en aquél momento no lo sabía, nadie me lo había explicado. Otro palo a mi ya desinflada autoestima. Pero sí, fui a la visita con el sacaleches y era cierto, conseguí que apareciera algún chorrillo de mis pechos; “vaya, ¡tengo leche!” Poco duró mi alegría, ya que en casa no conseguía más que algunas gotas.

Después de seis días en la UCI, nos dieron el traslado otra vez a nuestro hospital, a planta. Al menos estaríamos cerca de casa. Pero a mi niña la dejaron en neonatos, en la incubadora, separada de mí, otra vez. Ahora yo estaba en planta, así que intentaba estar con ella todo lo que me dejaban; ya empezaba a estar un poco más reivindicativa, cabreada, cansada, con las hormonas haciendo de las suyas, así que les decía a las enfermeras que la sacaran de la incubadora y me dejaran cogerla, lo que parecía molestar a algunas más que a otras, pero me daba igual. Y allí al lado de la incubadora, en una silla, me ponía a mi niña a la teta, hasta que venían a hacerle esto o aquello, o porque pitaba la máquina y la tenían que mover, mirar, comprobar… pero yo a la teta. Y a la sala de los sacaleches, cuando ya no podía estar con ella.

Parecía que molestaba un poco por allí, siempre al lado de la incubadora, así que al segundo día decidieron que “sería mejor pasarla a la habitación conmigo”. Batalla ganada, pensé. Ya en la habitación, con cables y todo, pero mi niña estaba encima de mí, la ponía al pecho cada dos por tres, se pasaba allí bastante rato, se dormía. Y empezaron los viajes de los biberones. Sé que le daban cuando estaba en la incubadora. A alguna enfermera le dije que le dieran con jeringuilla, y alguna vez pedí darle yo con jeringuilla, pero no estaban muy motivadas a hacerlo así, y el biberón siempre estaba presente en la incubadora. Ahora, en la habitación, era yo la encargada de dárselo, pero mi hija no lo quería y yo no quería dárselo; era una lucha darle el biberón, una lucha con mis sentimientos, una lucha con la sensación de que eso no era lo que yo quería, pero era lo que me decían que tenía que hacer. Y como era lo que tenía que hacer a pesar de no querer hacerlo, yo lloraba, mi hija lloraba. Las enfermeras me decían, buf, de todo. Que si hay que darle tanto, que si poco a poco se lo tomará…, lo peor, lo que no decían, esa mirada, ese control de “¿cuánto se ha tomado?” Porque lo apuntaban en cada toma. Y cada día control de peso, control de pipis y de cacas, control de mililitros del biberón. Ya no me quedaba autoestima y sí una gran frustración y desconsuelo.

A todo esto ¿dónde estaban las matronas? Pues supongo que como yo ya no era la paciente, sino mi hija, ya no tenían que venir a nada. Es cierto que un día se pasaron a preguntar, “¿cómo va todo?” Bien, dije yo. Error cuatro. Y ya no volvieron. Tampoco las busqué. Tampoco sabía qué era lo que no iba bien. Y ¿dónde estaba la subida (o bajada) de leche? Pues no la tuve, o no tal y como se conoce normalmente. Rara vez me han goteado los pechos o los he tenido duros y llenos.

Después de una semana ingresada, y al borde de una crisis nerviosa, una noche en la que tenía que darle un bibe y mi niña no lo quería, ya no pude más y estallé a llorar; la enfermera se llevó a mi hija, se sentó a pocos metros de mí y empezó a dárselo, con calma, explicándome que mi hija era un poco dormilona y algo vaga para comer y que tenía que hacerlo despacio y con calma, “pero ¿ves?, se lo toma” . Yo no paraba de llorar y de sentirme como la madre más inválida y fracasada. A la mañana siguiente nos dieron el alta; pensaban que “estaríamos mejor en casa, más tranquilas”.

Ya en casa me ponía al pecho mucho a mi niña, pero se dormía también mucho y seguíamos con los bibes, claro. Era lo que nos habían pautado; tenía que seguir con las ayudas, porque yo tenía muy poca leche. Era verdad. Y seguía con el sacaleches. Me levantaba por las noches a sacarme leche y por el día entre toma y toma también. En casa me tranquilicé un poco y tuve ya tiempo para empezar a investigar qué es lo que pasaba, cómo dejar de dar bibes, como aumentar mi producción. Cambié de sacaleches, intentaba no darle ningún bibe, pero llegada la hora bruja era difícil y al final siempre caía. Y de madrugada, después de noches enteras en la teta, cuando se ponía a llorar y yo ya estaba agotada, le hacía también. Y lloraba al hacerlo y al dárselo. Y aunque ya estábamos en casa, cada dos o tres días teníamos que ir al hospital a control de peso, una tortura.

Las visitas a la matrona me ayudaron y empecé a acudir al taller de lactancia. Usé el relactador, tomé infusiones, levadura de cerveza, hierbas (que más tarde comprobé en e-lactancia que no eran compatibles con la lactancia), incluso tomé domperidona. ¿Cuántos errores llevo? Fueron unos meses en los que lloré mucho (gracias Sandra por escucharme sin conocerme). Seguía leyendo y probé la extracción poderosa, aunque no lo hice bien; no siempre podía hacer la estimulación, que se debe hacer cada hora, así que tampoco funcionó. Y aunque seguía doliéndome mucho hacerle bibes a mi hija, que eran cada vez más grandes, también estaba mejor anímicamente. Gracias a Carlos González, Rosa Jové, Ibone Olza, La Liga de la Leche…. a quienes leí, me dí cuenta de que lo que me ocurría era normal, lo que yo quería conseguir era posible, mis sentimientos de frustración, tristeza, fracaso, eran muy normales. Y me propuse quitar los bibes, sí o sí, aunque sabía que a esas alturas iba a ser más difícil y que mi hija perdería peso, pero lo hice. También es verdad que ya estábamos con la alimentación complementaria; eso “ayudaba” un poco.

Así que ahora, con 16 meses, seguimos con la lactancia. No pienso en cuándo la dejaremos, no me pongo fechas. Espero que tarde y que sea un destete natural. Pero después de lo vivido, ya no hago muchos planes, sólo dejo que ocurra; como tenga que ser, será.

Se quedan cosas por contar, la lactancia va unida a sentimientos, a las personas que te rodean, a la sociedad. Mi lactancia fue mal, más por un puerperio difícil emocionalmente, un estrés continuo por situaciones familiares que me pasaron factura y no afronté bien, poca información sobre lactancia, poco apoyo profesional. Fisiológicamente no tuve muchos problemas. Una pequeña grieta al principio, dos perlas de leche, dos mastitis subagudas; todo se superó con facilidad.

Espero que mi relato sirva para que otras madres sepan que es normal sentirse mal, que la maternidad y la lactancia pueden ser abrumadoras, pero que hay que buscar ayuda y apoyo en personas que sepan de lactancia y que puedan ayudar.

0 comentarios en «“Después de lo vivido, ya no hago muchos planes, solo dejo que ocurra”»

  1. Olé por ti! Te leo y se me saltan las lágrimas recordando mis propios comienzos, lo sola que me sentí, abandonada, con un montón de “profesionales” que solo querían que mi hijo dejase de llorar y de ser un “problema” para ellos, que le diese un biberón, que dejase de perder peso (que ahora sé que tampoco fue para tanto…) y yo 6 días sin leche que me parecieron 6 meses. Después volver a engancharle a la teta, dejar la leche artificial, dolor, mastitis, “consejos” (ese niño ya ha probado “lo bueno” y no quiere teta) y al final, lo conseguimos!
    Cuántas veces me acordé del consejo que leí una y otra vez y por timidez no seguí: contacta con un grupo de lactancia ANTES de parir.

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