Las grietas hacia la tribu – SMLM18
Mi hijo tenía diez días y pesaba casi cuatro kilos. Se pasaba el día feliz pegado al pecho y cada revisión nos felicitaban por el peso que había alcanzado, pero mis pechos eran más grandes y duros que los de la Barbie y tenía unas grietas de la profundidad del desfiladero de Mont-rebei.
Cada vez que intuía que Enric volvía a tener hambre yo ya sudaba (y eso que sólo era mes de abril). Sólo de imaginar que aquel boquilla dulce y carnosa quería volver a hacer ventosa sobre mis pezones y prensarlos hasta extraer toda la leche que pudiera, ya se me encogía el estómago. Pero me habían dicho que la lactancia al principio dolía y que sólo tenías que preocuparte si el niño no crecía. Por lo tanto, yo aguantaba. Sí que es verdad que el día que Enric hizo una bocanada con sangre lo comenté a la matrona del CAP.
¡Ya lo encontraba demasiado escatológico aquello! Tener un hijo que parecía un pequeño vampiro me asustó. Pero me dijeron que era normal, que a él no le pasaba nada, la sangre era mía y las heridas ya se me cerrarían. Y venga a sufrir, y venga a untarme los pezones con Purelan. Aquello era más pegajoso que una tostada con mantequilla y mermelada pero el dolor no se iba y las grietas ya eran más bien como el Gran Cañón.
Así fueron pasando las semanas: con dolor, con el peso de sentirme una madre débil e, incluso, con las dudas de si tal vez eran mis pechos los que no funcionaban bien. En el CAP continuaban diciendo que todo era natural.
Suerte que, un día, una amiga que estaba a punto de parir (aquí ya podemos ver una Tribu incipiente) me recomendó que donde ella hacía yoga de embarazadas también hacían asesoramiento posparto y que había un grupo de crianza.
¿Un grupo de crianza? ¿Qué es esto? ¿Como una secta de madres? ¿Asesora de lactancia? ¿Aquellas tan radicales que todo el día están con la teta fuera? ¿Quieres decir que encajo? Yo esto de la lactancia lo hago porque toca. ¡Seis meses y fuera!
Pero al final me armé de valor, cogí el tren y me planté in situ aproximadamente al cabo de un mes de parir. Entré tímidamente, me recibieron con sonrisas, con miradas cómplices, con “a mí también me pasó”, “¿por qué has tardado tanto en venir?” Y “qué niño más bonito”.
Una persona maravillosa me miró los pezones con atención e interés y, por primera vez, me dijeron que aquello no era normal y que la lactancia no es una condena. Me enseñaron a recolocar la criatura, a sacarlo si no se había pegado bien y, poco a poco, aquel dolor agudo fue desapareciendo y pude disfrutar de una lactancia fantástica, placentera y llena de amor y de paz hasta que mi hijo alrededor del año decidió abandonarla. Estoy segura que si no me hubiera atrevido a asomarse en aquel rincón cálido, lleno de complicidad y sororidad, nuestra lactancia hubiera fracasado y los primeros meses de madre hubieran sido menos felices.
Todas aquellas mujeres que me recibieron con sonrisas siguen formando parte de mi vida. De hecho, se han convertido en uno de los pilares fundamentales de mi maternidad y sus hijos son los primeros amigos de Enric. Hemos pasado de hablar de pezoneras y crisis de lactancia a cómo sacar los pañales. Ahora tampoco quedamos en el espacio que nos unió y fue testigo de nuestros primeros dudas y alegrías como madres, ahora nos vemos por la tarde en el parque o alguna noche (menos de las que quisiéramos) haciendo birras sin niños. No concibo el apasionante y a veces aturdidor camino de la crianza sin ellas, sin mi Tribu. Y todo comenzó para encontrar la solución a unas grietas …
Mireia Izard
Copresentadora del programa Oxitocina en Catalunya Radio.