Relato: “Solo tuvimos un abrazo eterno de 3 minutos”
Hoy os traemos una una historia que nos enseña lo increíbles que sois las madres. Muchas gracias, Fátima, por tu generosidad, por contarnos todo sin tapujos, por ayudar a otras madres con tu relato. Porque sabemos que la comunidad, esta comunidad con todas vosotras, es lo más.
Si quieres que publiquemos tu relato, escríbenos a [email protected], en nuestro blog podréis leer todos los que nos habéis ido enviando.
“Solo tuvimos un abrazo eterno de tres minutos. Y después, una habitación vacía y silenciosa.“
Cuando decidí intentar ser madre no recuerdo haberme planteado el tema de la lactancia. Supongo que lo di por hecho. Lo empecé a pensar con el primer positivo, no sé si por instinto o por todas las preguntas que te haces cuando te das cuenta de que vas a ser mamá.
Pasé todo mi embarazo buscando información, leyendo… estábamos confinados, así que tenía muuucho tiempo para pensarlo todo bien.
Un día desde instagram puse en el buscador “lactancia” para ver qué páginas me salían y… apareció LactApp. Desde aquel momento cualquier duda que tenía acerca de la lactancia siempre aparecía ahí, así que se convirtió en mi app de referencia en este tema.
Mi embarazo no fue nada fácil en muchos sentidos, miedo a una nueva pérdida, estaba con amenaza de aborto, más pérdidas de sangre, reposos, estudios… Tengo una enfermedad de estas raras que nadie conoce: “Síndrome Klippel Feil”.
Resumiendo, una enfermedad congénita en mayor o menor grado, en la que las vértebras (generalmente, del tronco para arriba) se fusionan y bueno, entre muchas otras cosas hace que no adoptes una postura normal y la curvatura de tu espalda parezca una serpiente cascabel o una de esas carreteras interminables de mis viajes en Laos.
Mi caso era de los medio normales. Personalmente nunca sentí que tenía una discapacidad, salvo para realizar alguna acción cotidiana como levantar por completo el brazo derecho o girar el cuello con facilidad para mirar, jugar a tenis o escribir en lo alto de la pizarra en clase. Pero bueno. PODÍA SER MADRE.
Nadie jamás me informó o me dijo que un embarazo fuera a presentar algún problema grave para mi salud.
Mi hija tenía el 50% de posibilidades de desarrollar esta enfermedad, cosa que descubrí una vez embarazada, era básicamente tirar una moneda al aire. Yo tengo una hermana melliza , nació completamente sana. Ella era ese otro 50%.
Después de múltiples ecografías, casi cada 2 semanas, finalmente mi hija Naia resultó no ser portadora de ese gen o síndrome, aunque nació mucho antes de lo previsto. Con 33 semanas y 1,800 kg la teníamos aquí.
Llevábamos desde las 20 semanas con amenaza de parto por lo que me tuve que trasladar de mi ciudad a un hospital más preparado, ya que donde yo vivo no tienen unidad de neonatos.
El hospital más cercano estaba a 2 horas y media, por lo que si me quedaba y me ponía de parto tendrían que trasladarnos en ambulancia o en helicóptero. Finalmente, nos fuimos a San Sebastián y al mes de estar allí, nació Naia.
Al ser prematura estuvimos separadas 6 horas. Ella estaba bien, pero se la llevaron igual.
No hubo piel con piel, no hubo golden hour, no hubo enganche espontáneo, no hubo nada de todo aquello que había soñado y leído que podías hacer, NADA. Solo tuvimos un abrazo eterno de tres minutos. Y después, una habitación vacía y silenciosa.
Recuerdo cuando las enfermeras me trajeron el sacaleches. No sabía ni cómo ponérmelo, pero bueno como aún no había tenido la subida de la leche y sabía que era importante empezar con la estimulación de la lactancia al estar sin mi bebé, me puse manos a la obra.
También había leído mucho sobre la importancia del calostro en estos casos en la app, así que mi misión era poder ofrecérselo como fuera.
Así empezó mi lactancia, con un sacaleches (al menos era Medela). ¡Quién me lo iba a decir!
Como no cogía peso, para contabilizar lo que tomaba tuvimos que empezar nuestra lactancia con biberón, eso sí, de mi leche extraída. Hice banco de leche en 72 horas. Me lo guardaron en el hospital.
Naia estuvo ingresada un mes y hasta los 20 días no pudo empezar con la lactancia.
La primera vez que le ofrecí pecho no sabía cómo empezar. ¡Me sentía tan torpe! ¡Y es que nadie te enseña! Pero bueno, empezamos como pudimos…
Debido a la enfermedad que padezco, por la desviación de la columna, mi caja torácica siempre ha estado comprimida del pulmón derecho y esto me ha provocado alguna dificultad respiratoria y de movimiento. También el pecho derecho siempre lo he tenido muchísimo menos desarrollado por ello (aunque a veces pasa en situaciones normales, la mía no era ese caso).
Por lo tanto, para mí era muy incómodo darle teta de ese lado y mi hija , que era muy lista también, se dio cuenta y poco a poco fue dejando ese pecho hasta que me vi alimentándola solamente de uno.
Hay un dato fundamental en esta historia y es que a los tres días de nacer mi hija yo empecé a tener muchos dolores de cabeza, nunca tuve una migraña, pero estaba segura de que eso era algo bastante más fuerte, algo que no era normal.
Con el paso de los días se iba intensificando más y más… Estos dolores ocurrían solamente cuando despertaba cada tres horas para sacarme leche (mi hija seguía en el hospital).
Yo pensaba que era de no dormir. De despertar con esa desazón pienso que instintiva y no tener mi bebé…
A los dos meses, ya en mi casa con mi hija y con los mismos dolores de cabeza… Tuve una crisis respiratoria bastante aguda. Estuve dos días ingresada. Mi hija no pudo estar conmigo.
Pero Gracias al banco de leche que hice los primeros días, su papá la pudo alimentar por la noche. Volví a casa y los dolores no desaparecían. Recuerdo despertar e invadirme aquel dolor tan grande y llorar profundamente mientras daba de mamar a mi hija.
La acostaba en nuestra cama y me ponía a caminar por la casa. Así dejaba de sentir aquel dolor… Era como si tuviera la rueda de un camión encima de mi cabeza haciéndome presión.
Me empecé a preocupar. Fui a mi médico y empezaron a hacerme pruebas y más pruebas. Y nadie veía nada.
Empecé a notarme cansada. Los paseos con el carrito o porteando se me hacían muy difíciles y cuesta arriba. Me recetaron un fármaco, una especie de analgésico y los dolores empezaron a desaparecer. Estuve así unos meses. Me hice resonancias, tac, pruebas… No salía nada.
Pero yo cada vez estaba más cansada, caminaba 50 metros y tenía que parar. Un dia haciendo unas gestiones con mi hija en el carro, noté que me mareaba. Me senté y fue algo instintivo. Miré mis manos y mis dedos que hormigueaban. Tenía las puntas de los dedos azules.
“No estoy oxigenando bien. Me voy al hospital.”
Dejé a mi hija. Caminé despacio hacia allí (estaba a cinco minutos a pie) y entré en urgencias. Como soy habitual por mis crisis respiratorias ya informé que suelo saturar poco oxígeno en sangre pero cuando me pusieron el oxímetro vi la cara extrañada del médico y le oí pedir otro aparato igual.
Está estropeado (pensaría). Cuando me lo pusieron de nuevo ya me preguntaron muy extrañados. “¿no te ahogas?”
- “No. Estoy un poco mareada. Solo eso.”
Pero no era así. Me sacaron sangre de una arteria (gasometría) y saltaron todas las alarmas. Podía entrar en coma en cualquier momento. Aparte de estar muy baja de oxígeno (83%) tenía una acumulación de dióxido de carbono en sangre brutal.
Tenía la sangre ácida…
“Tenemos que ingresarte.”
En ese momento en lo único que pensaba era en mi bebé. Tenía 6 meses. ¡La lactancia! ¡Qué hago!
Les dije que no. Que me iba a casa. Que tenía que organizar todo. Que volvería mañana. Entré en pánico… Y si, me fui… Aunque suene inconsciente.
Esa noche lloré mucho. Nadie lo sabe. Pero no lloré por mí. Lloraba por nosotras dos. Era algo antinatural separarnos.
Al día siguiente con un nudo en la garganta entré. Y allí me conectaron al que sería mi nuevo compañero, el respirador.
Descubrieron que mis pulmones ya no funcionaban igual. Trabajaba con un 40% de capacidad pulmonar. Es decir. Como si funcionase con menos de un pulmón.
La adaptación a la máquina fue horrible. Algo que respira a su ritmo y no al tuyo, no podía dormir. Me ahogaba. Los cables, el tubo…
Pero pediatría movilizó para que tuviera una habitación y pudiera estar con mi hija la mayor parte del tiempo (menos las noches).
Pasaron 4 días, no mejoraban los análisis y seguía prácticamente igual.
Una mañana después de hacerme el control en sangre habitual, de repente vino el médico y me dijo: “Tenemos que trasladarte”. Al momento vinieron los bomberos y me vi envuelta en cables, parches, prisas, caras de preocupación, en ese momento llegaba mi hija en brazos de su padre y solo me dio tiempo a despedirme.
Tuve la sensación horrible de que no les iba a volver a ver… que no volvería a casa. Mi hija y mi familia me necesitaba y yo a ellos.
Podré estar con mi hija en ese hospital? -pregunté.
- “No lo sé, Fatima. No creo que sea posible.” (Mi corazón crujió y realmente sonó así)
El camino fue muy muy largo. Eran dos horas y media en ambulancia. Me dio para pensar muchísimo, para llorar muchísimo y para asustarme aún más.
Cuando llegué a aquel hospital y mis pechos rebosaban leche me inundaron la tristeza, el miedo y la soledad.
Pero me sentí preparada y ¿sabéis por qué? Porque tenía mucha información previa a todo esto que había leído en la app de LactApp, de las cajitas de preguntas y respuestas de Alba y de muchas cosas más.
Y en ese momento resurgí. Me levanté de la camilla y llamé al médico:
- “Quiero un sacaleches y quiero que mi hija pueda venir conmigo.”
Tragué saliva. Y esa noche me saqué tres botes en el box de urgencias y durante los siguientes dos días empecé a hacer banco de leche, hasta que por fin… Mi hija volvió.
Recuerdo haber hablado desde el canal de consultas de la app contándoles lo que me pasaba, donde estaba y agradeciendo infinito toda la ayuda y apoyo que nos dais en esta comunidad. Les envié fotos…
Incluso días después me escribió Alba para saber cómo estaba…
Para mí fue como una luz, me sentí tan acompañada….
Finalmente estuvimos 15 días ingresadas en el hospital con mi hija en la habitación. Yo volví a casa estable pero tendría que dormir el resto de mi vida con el respirador.
Es algo muy difícil de llevar, pero me permite seguir disfrutando de mi hija y de la vida. A día de hoy Naia tiene tres años y seguimos con la tetita encantadas de la vida. Felices.
Cuando en LactApp decidieron hacer el mural con las fotos de lactancia/maternidad…decidí enviar la foto que para mí significó la fuerza de una madre y lo importante que puede ser la lactancia para nosotras.
Y fué la misma foto que mandé a Alba y a su equipo desde el canal de consultas el día que por suerte…volví a amamantar a mi hija en aquel hospital del que pensé que nunca volvería a salir.
Gracias por estar ahí y hacernos creer que …¡SÍ, se puede!
2 comentarios en «Relato: “Solo tuvimos un abrazo eterno de 3 minutos”»
Qué valiente eres, mucho ánimo, campeona. Me han saltado las lágrimas al ver ma última foto. Aunque ni siquiera pueda imaginarme por lo que has pasado no quiera comparar, esta semana he estado luchando contra fiebres muy altas por una mastitis y así tumbada como tú alimentando ha mi peque estaba: “la fuerza de una madre y la importancia de la lactancia para nosotras “. Un abrazo
Gracias Equipo! Sois simplemente increíbles!
Para mí, visibilizar esto ha sido un antes y un después, algo tan íntimo, tan personal y que cuesta tanto sacar…. pero que duele mas dejarlo dentro y no contaroslo,porque todas tenemos alguna historia detrás y una lucha por delante