Observando se aprende, la primera vez que lo vi
Como la mayoría de niñas, yo jugaba a ser la mamá de todas mis muñecas. En especial, dos de ellas eran mis preferidas, esos bebés realistas que comenzaron a salir a la venta en la década de los ochenta. Todavía veo la caja con los dos muñecos, niño y niña, con una pulserita de identificación, una manta rosa y azul y un biberón. Yo les daba ese biberón, de hecho, daba ese mismo biberón a todas las demás muñecas y peluches que tenía. Eso era lo que hacían las madres, ¿no?
Me di cuenta de que los botes de tinte para el pelo que usaba mi madre eran como un biberón y esperaba cada mes a tener uno nuevo. Así pude hacer una buena colección.
Yo tenía entre ocho y diez años cuando fuimos a ver a unos amigos de mis abuelos que habían tenido a su primera nieta. Estábamos en el jardín de la casa familiar. Me aburría enormemente en aquellos encuentros de mayores en los que los pequeños parecen más un estorbo que otra cosa. Me divertía tendida en el césped observando el trajín de las hormigas sin hacer demasiado caso a la charla de los mayores y menos aún al bebé, que parecía ser el centro de toda admiración. La niña tenía menos de un mes y, de repente, se puso a llorar. Inmediatamente, la madre se disculpó y nos anunció que se retiraba para darle el pecho.
Yo estaba fascinada con los bebés pero no hice más que levantar la vista del suelo, tímidamente, para ver a dónde se dirigía la mamá y la pequeña. En ese momento, la mamá me miró y me invitó a acompañarla.
– ¿Quieres venir?
– ¡Sí! – ¡Claro que quería! Las hormigas las tenía muy vistas y estar a solas con el bebé me apetecía mucho.
Entramos en una habitación con dos camas. Ella se sentó en una y me acomodó a mi delante suyo. Recuerdo mucho silencio, pocas palabras y mucho amor. Fue un momento mágico que me marcó para siempre.
Se colocó a la niña en el pecho y ésta dejó de llorar, se la oía tragar mientras, de vez en cuando, la madre me miraba y me sonreía. ¡Eso era dar el pecho! Era una manera nueva para mi de alimentar a los muñecos. Desde ese día decidí dar el pecho a mis “bebés” y todos los botes de tinte se fueron a la basura.
Por esta razón, cuando he dado el pecho a mis hijas con otros/as niños/as cerca, los he invitado a mirar, a preguntar, a fascinarse con la lactancia del mismo modo que un día me fascinó a mi.
Para todo hay una primera vez.
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En mi casa los mellis le han dado teta a sus muñecos, tanto el niño como la niña. Las veces que les daban agua decían que tenían sed y querían agua, y como no tenían vaso le habían puesto ahí el agua.
Si los niños entienden como algo normal la lactancia y de manera prolongada tenemos asegurado que algún día estará tan normalizada que dejaremos de oir comentarios al respecto.